• Por Graciela Tomassini, en Número 14 del Volumen 7
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    “Mi patria es la lengua”, han dicho poetas como Pessoa y Juan Gelman, novelistas como Camilo José Cela, hombres de teatro como José Luis Gómez, y lingüistas como Elvira Arnoux. Quien ha vivido la experiencia de ser desgarrado de su tierra, de su casa y de su tiempo, sabe que el más íntimo reducto de la identidad es la lengua materna, sede y fermento de la memoria, fábrica de los sueños. Por eso dice Sarduy, hablando de su condición de (auto)exiliado: “El verdadero salto, la privación de la tierra natal, no son físicos, aunque nos falte el rumor del Caribe, el olor dulzón de la guayaba, la sombra morada del jacarandá, el manchón rojizo, sombreando la siesta, de un flamboyán, y sobre todo, la voz de Celia Cruz, las voces familiares de la infancia y de la fiesta. Aunque nos falte la luz. El verdadero salto es lingüístico: dejar el idioma…”

    El destierro es inseparable de la historia: el pueblo judío desterrado en Babilonia, las sucesivas diásporas ocasionadas por guerras, pestes y hambrunas, el ostracismo de los griegos, el exilio político en todas las culturas y épocas. Pero el S. XX, y lo que va del XXI, han inventado formas de exilio propias: en primer lugar, ha masificado el exilio político –que anteriormente condenaba a determinados individuos, privados de la polis– o ha convertido todo exilio en destierro político.

    Este número de la RANLE privilegia el tema del exilio, en tres variantes principales: primero, la lengua –en este caso, la española– en exilio; segundo, la palabra poética como palabra de exilio; tercero, la conquista de una lengua –o de un lenguaje– como construcción de una identidad.

    Rolena Adorno, destacada especialista en historia y literatura colonial americana, compartió con Enrique Pupo-Walker, otro eminente teorizador y crítico literario, el Premio “Enrique Anderson Imbert” de la Academia Norteamericana de la Lengua española, edición 2018. En su Editorial agradece el galardón y subraya la profunda significación que este premio reviste para quien, como ella, ha puesto su vocación y su trayectoria académica bajo el signo de un legado irrenunciable del que se siente heredera: aquel que comparten Thomas Jefferson como gran promotor de la enseñanza de la lengua española en EE.UU, y Washington Irving como entusiasta admirador de la cultura y la literatura españolas. Pareciera, si pensamos que en EE.UU. el español es la segunda lengua más enseñada y aprendida, que el mandato de estos grandes visionarios se ha cumplido. Sin embargo, el español, la primera lengua europea hablada en este territorio, ha sido tradicionalmente degradada a la condición de lengua extranjera en aulas monolingües y etnocéntricas. El español sufre el exilio en una cultura que contribuyó a crear. Afortunadamente, en la sección Didascalia que inauguramos en este número, según expone Porfirio Rodríguez en “La enseñanza del español en los EE.UU. Presente y futuro”, un nuevo paradigma está ganando la partida, con un enfoque social que favorece el multilingüismo y contempla el español materno del estudiante como un activo en el proceso de su educación.

    Como la lengua, también la literatura escrita por hispanounidenses y chicanos ha sufrido el exilio en su propia tierra, y doblemente, en este caso, pues los autores que escriben en español en los EE.UU. encuentran escasas editoriales receptivas, y los pocos que logran ver sus obras en letras de molde son segregados sistemáticamente de las antologías panorámicas de la literatura hispanoamericana. Daniel R. Fernández, en “La literatura chicana y la tradición hispánica” analiza especialmente el caso de Rolando Hinojosa-Smith, cuya valiosa obra narrativa merece un sitial destacado entre los mayores exponentes de la literatura hispanoamericana, con cuyas voces dialoga, estableciendo originalísimos vasos comunicantes.

    Juana Rosa Pita es una poeta cubana de voz universal. Por no perder la libertad de la palabra que crea y transforma, aquella que ella estima como “la quinta fuerza de la naturaleza” y es tan afín a la música como a las matemáticas, debió transterrarse a los EE.UU. en 1961, y aquí es donde ha desarrollado su vasta y esencial obra poética. Entrevistada por Alexander Pérez Heredia, comparte con los lectores de la RANLE la exquisita hondura de su pensamiento y nos franquea las puertas de su memoria, donde conviven las presencias inspiradoras que pasaron por su vida, seguras, como ella, de que “Toda revolución es un fracaso [pues] sólo transforma la revelación.” Otra revolución fallida, perdida de su rumbo original, apartó a Sergio Ramírez de la actividad política, para concentrarse en cambio en una obra narrativa que, hoy en día, cosecha importantes galardones en América latina. Eminente cuentista y autor de exitosas novelas, Ramírez confiesa a su entrevistadora, Adriana Bianco, que tras la huella de Darío, desea dejar a su patria el único legado de sus libros.

    El exilio no siempre implica destierro: la maquinaria brutal del poder omnímodo ahoga la palabra del disidente encerrándola en cárceles, no importa si de hierro o de silencio. Reinaldo Arenas, autor de magistrales novelas como Celestino antes del alba y El mundo alucinante, doblemente emplazado en espacios heterotópicos debido a su disidencia política con el régimen castrista y a su elección sexual, opone a esa heterotopía carcelaria la de emancipación, aunque ésta cuajara, finalmente, en la paradójica libertad del exilio, como expone Armando Chávez-Rivera en “Vuelos, fugas y éxodos en narraciones de Reinaldo Arenas.”

    La diáspora cubana ha producido extraordinarias aportaciones a la lengua, a la literatura y a la memoria cultural de América. José Prats Sariol en “Ahora en la poesía cubana” espiga entre la marea de poemas que inunda las redes o se cuela en las antologías por razones no estrictamente estéticas, las voces más significativas de la poesía cubana postsoviética, ya en el exilio, ya en los samizdats que logran sustraerse a la vigilancia del estado. Descuella con luz propia, en su exilio americano, la de Orlando Rossardi.

    Con Emilia Bernal, que compartió con los poetas españoles de la Generación del ’27 los gestos audaces de la vanguardia y el lirismo intimista con la tradición poética de su tierra, comienza la larga fila de conspicuos exilios cubanos. Como observa Manuel J. Santayana Ruiz en “Emilia Bernal en su obra”, su destierro voluntario en 1960 la excluye de la historiografía literaria oficial, y otras veces reduce la amplitud y variedad de sus acentos a una imagen parcial y limitada. Otra insoslayable figura, la de Lydia Cabrera, recibe el homenaje de la RANLE en El pasado presente, a cargo de Mariela Gutiérrez, editora invitada para esta sección en su condición de reconocida autoridad en la obra de Cabrera, acompañada por otra especialista en literatura afrocubana, Ellen Lismore Leeder. La primera, al celebrar los 120 años del nacimiento de la gran etnóloga cubana, destaca la monumental tarea investigadora y literaria concretada en más de cien publicaciones, entre libros y artículos eruditos, y realizada a contra-pelo de los prejuicios raciales imperantes en su tiempo, que delineó los parámetros de la cultura afrocubana en la Isla, “contribuyendo a la comprensión de la identidad mestiza de una Cuba mulata.” Por su parte, Ellen Lismore Leeder, en “Lydia Cabrera: poderes y virtudes de la herbolaria cubana. (La medicina popular en Cuba)” expone la significación terapéutica y mágica de selectas plantas especiales investigadas por la sagaz estudiosa, gracias a su fluida comunicación con las mujeres negras dueñas de esta sabiduría ancestral. El recorrido de toda esta sección se cierra con una breve pero selecta antología.

    Ahora bien, ¿qué es la lengua, sino siempre lengua del otro? Como observa J. Derrida, toda lengua “oficial” acoge a sus hablantes a expensas de otras lenguas proscritas u olvidadas, pero a la vez, la plena integración en la comunidad hablante de una lengua dada supone el proceso de construcción de una identidad. El recordado David Lagmanovich, poeta, narrador y maestro entrañable, recorre con gesto autobiográfico el camino de su vocación hispanista, centrándose en la conquista de un lenguaje (el español de las letras, y el de la academia) desde un hogar de inmigrantes y la experiencia del “no saber escribir” hasta la plena y gozosa posesión de la palabra, para sí y para los otros.

    La conquista del español al cabo de una deriva por distintas lenguas y culturas, fue también para otra desterrada –Georgette Dorn, entrevistada por Armando Chávez-Rivera– la llave que le franqueó el ingreso como catalogadora, y luego jefa de referencia de la División Hispánica de la Biblioteca del Congreso. Allí tuvo la oportunidad de conocer a grandes escritores y grabar sus voces para la constitución del Archivo de grabaciones literarias, un legado de inapreciable valor que hará inolvidable su paso por ese templo laico de la cultura.

    En la sección Transiciones, Germán David Carrillo analiza con fino sentido crítico El secreto de Artemisia y otras historias, de Gerardo Piña-Rosales, singularizando los temas y estrategias constructivas vigentes en cada sección y relato de esta obra en la que dialogan y se complementan dos lenguajes que el autor ha conquistado con extraordinaria solvencia: el de la narración y el de la fotografía.

    Así como toda lengua conlleva la huella, más o menos audible, de otras lenguas confabuladas en su historia, también la palabra asumida como propia procede de un entramado de voces y silencios. En “Contrapunto. Los saberes guardados en el bolsillo del delantal de mi bisabuela y la poesía de Alfonsina Storni”, Candela Gencarelli indaga las sutiles nervaduras de silencio que hacen posible la conquista y ejercicio de la palabra femenina finalmente asumida en plenitud. Y si el silencio es agraz que incuba las delicias del buen vino, también es desgarro, soledad y clamor del hombre exiliado en una tierra baldía de Dios, y la poesía es el campo donde se emprende su búsqueda, como explica Juan Carlos Dido en su ensayo “Dios en la poesía de Blas de Otero”. Por su parte, el galardonado escritor y antólogo ar-gentino Raúl Brasca, entrevistado por Graciela Tomassini, encuentra en el silencio la clave constructiva y funcional de una microficción bien lograda, convicción a la que ha arribado al reflexionar, desde una distancia teórica y crítica, sobre su propia experiencia como creador y experto conocedor de este género.

    Y si es cierto que “para eso sirven los poetas, para iluminar nuestras noches oscuras del alma”, Gerardo Piña-Rosales nos ilumina también con los hallazgos de su mirada, para siempre fijados en sus fotografías.


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